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 ¿Soplar y hacer botellas? 

20/Abril/2017

Iba caminando fugazmente por las calles de Bogotá, me dirigía a un estudio de vidrio soplado situado al suroriente de la ciudad. Tras bajarme 12 calles después del sitio indicado y preguntar a “Raimundo y todo el mundo”, encontré el camino, entonces un montón de sensaciones volvieron a mí: el nerviosismo se puso a flor de piel, estaba ansiosa, jamás había vivido una experiencia con vidrio soplado y esta sería mi primera vez de la mano del maestro Mahecha.  

 Un hogar hecho a mano 

Después de caminar por casi media hora, llegué al taller o al hogar del maestro, pues se trataba de una casa; en la puerta había una mujer de mediana edad hablando con una vecina; me saludaron de forma calurosa y me adentré en su hogar. Entré por el garaje y tras caminar algunos pasos, observé repisas repletas de piezas en vidrio por todas partes y sin más me transporté de un hogar como cualquier otro al taller del maestro Mahecha.

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El taller se encontraba entre la cocina y el garaje, en este me esperaba un hombre canoso frente a un soplete, escuchando heavy metal, y rodeado de vidrio por donde se quisiera mirar, levantó la vista y entre risas me dijo: “se perdió pero bien”; antes de esta primera toma de contacto pensé que se trataba de un hombre serio y distante; esto me hacía sentir todavía más nerviosa.


Sin dejar de fundir vidrio en el soplete se interesó por saber de mí y mientras hablaba me pude dar cuenta de que se trataba de un hombre humilde, aunque lo que hacía con sus manos me llamó mucho más la atención que lo que decía.

 Sin palabras… 

Para mi sorpresa y aunque casi nunca me pasa, las palabras no salían de mi boca, mi admiración y asombro cada segundo crecían y afortunadamente el maestro Mahecha me devolvió a la tierra y empezó a hablar sobre su trayectoria artesanal y es que desde los dieciocho años tuvo contacto con el vidrio de borosilicato, el mismo que se emplea para la técnica del vidrio soplado; en ese entonces era aprendiz en un taller donde hacía material de laboratorio.

Su historia en el vidrio inició con una prueba frente al soplete, donde demostró su gran habilidad y es que el sueño de Maecha era ser ingeniero industrial y mientras realizaba su primer semestre se dio cuenta de que el vidrio era lo suyo. Después de aprender durante tres años de la mano de un maestro francés, porque esta tradición viene de Europa y siendo algo “malagradecido” se fue sin decir nada. Con veintiún  años creó su propio taller y desde ese día han pasado treinta años realizando como él le dice su “hobby rentable”.

 Llegó mi momento 

Tras observar cada uno de los movimientos manuales del maestro Mahecha por casi una hora, me tocó vivir mi primera experiencia.

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El maestro se levantó de la silla y me cedió su puesto, mis manos empezaron a sudar de una forma inimaginable, el terror se apoderó de todo mi cuerpo y me encontraba realmente tensionada. 

 

Tras sentarme en la silla y que el maestro me pusiera las gafas, cogí con muy poca seguridad el vidrio y empecé a darle vueltas en la llama del soplete, pero es que ni vueltas le podía dar.

Me aterrorizaba que se explotará el vidrio por toda la fuerza que iba a salir de mi interior y entonces me dio algo de vergüenza porque mi enorme fuerza no produjo ni una mínima burbuja, tras soltar una sonrisa, el maestro me dio algunos consejos: no dejar de mover el vidrio en la llama de forma uniforme, cuando se empiece a enrojecer se debe retirar y soplar de forma inmediata con fuerza, al hacer esta acción se tiene que poner la boca de forma adecuada para no cortarse y hacerlo por el lado agujereado, no por el otro, como lo hice yo.

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Creo que mi mayor problema radicó en lo mucho que me intimidaba el maestro, aunque fue un gran privilegio, los nervios me superaron, las dificultades se multiplicaban cada segundo: mis manos sudando, tener al maestro junto a mí observando cada intento de mover el vidrio, mis pulmones llenos de aire y tras muchos intentos y lograr hacer una burbuja minúscula, el dolor de cabeza se apoderó de mí, pero fue más grande la satisfacción de lograrlo.

 

Debo confesar que sentía mucha más presión porque el maestro desde el momento en que tocó el vidrio tuvo gran facilidad para manejarlo a su antojo y aunque mi idea era comparar su primera experiencia con la mía, la única similitud que encuentro es que al igual que yo él también se encontraba al lado de un maestro de los pies a la cabeza.

 De vuelta al hogar

Después de obtener mi pequeña burbuja y volver a ser la entrevistadora, me sentí de nuevo en un entorno familiar; la esposa se encontraba en la cocina haciendo la comida, los demás familiares paseaban de un lado para otro.

 

Entonces apareció en escena el hijo del maestro, un joven metalero que también practica la técnica del vidrio soplado y él tiene su taller en el segundo piso de la misma casa.

Allí me encontraba después de más de dos horas y mi admiración seguía intacta e incluso no paraba de aumentar y con algo más de confianza pude ver de cerca algunas de las piezas en vidrio, porque eran demasiadas. Mientras tocaba algunas de ellas hice una reflexión y me di cuenta de que esta técnica no consiste en “soplar y hacer botellas”.

Por Alison Natalia Carranza Quintero             @Alison_CQ
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